Por Jaime Orozco Parejas, Cronista Municipal.
Las haciendas de Naucalpan durante el porfiriato fueron las mismas que ya existían desde el periodo colonial. Algunas de ellas, recibieron la clasificación de industrias, pues además de la producción agrícola, se dedicaron a otras actividades como la manufactura de diversos productos, elaboración de pulque, molienda de granos y ganadería; gracias a lo cual subsistieron durante todo el siglo XIX y hasta ya bien entrado el siglo XX.
Cabe mencionar que no todas las haciendas del Estado de México contaron con los mismos recursos ni con las mismas ganancias. A pesar de que en algunos pueblos se vivía bajo un ambiente de enfrentamiento entre la población de los pueblos aledaños y las haciendas, en Naucalpan no se presentaban problemas de consideración.
Por el contrario, el equilibrio de fuerzas entre los vecinos de los pueblos y las haciendas fue benéfico para ambas partes. Los ranchos y rancherías también desempeñaron un importante papel tanto en lo económico como en los movimientos sociales, pues eran el asiento de peones, casi siempre cernos a las haciendas.
Existen muchos documentos que nos ayudan a tener una mejor perspectiva de la composición de las haciendas, ya que registraban las colindancias, los insumos, el número de animales y las cantidades de producción, un ejemplo de ello es el informe de la Hacienda de Echegaray del año 1864, en el que se dan los datos más importantes de la hacienda, entre las cuales destaca estar compuesta por ocho caballerías de labor y veintidós de lomas con pastos escasos. Contiene el número de animales, de las cargas de maíz y trigo que produce al año. Se añade el valor aproximado de 100,000 pesos, precio al que había comprado el señor Tiburcio Orive siete años antes.
La hacienda tuvo varios propietarios durante la segunda mitad del siglo XIX. En el Segundo Imperio su dueño fue Antonio del Conde; hacia 1890 se menciona a Manuel Vidal como el propietario. Poco tiempo después se desvinculó de la hacienda, al venderla a don Manuel Sanz, quien a su vez el 15 de febrero de 1895 la vendió a don Manuel G. de Rueda; este último la conservó hasta la tercera década del siglo XX.
Otra importante hacienda era la de El Cristo, la cual era la más grande de la Municipalidad de Naucalpan. Contaba con 164 caballerías y de tierra unas 7017.5 hectáreas. Un informe de las haciendas de Naucalpan remitido a la Jefatura de Tlalnepantla en 1891 nos indica la gran extensión de esta propiedad, la cual tenía como límite norte el pueblo de Xocoyohualco y la hacienda de Santa Mónica (hoy municipio de Tlalnepantla); por el poniente los pueblos de Tlazala, Jilotzingo, San Luis Ayuca, Tepatlaxco y Chimalpa; por el sur y el oriente, la Hacienda de Echegaray.
Su dueña era la señorita Dolores Barrón, quien permaneció en su propiedad aún durante las primeras dos décadas del siglo XX. Esta gran hacienda se dedicaba principalmente al cultivo del maíz, trigo y cebada, por lo que tenía bueyes para el arado.
La tercera hacienda en tamaño e importancia fue la de San José de León o de Los Leones. De origen colonial al igual que las anteriores, contaba en 1861 con 55 caballerías, de tierra aproximadamente 2353.4 hectáreas.
Sus límites eran el pueblo de Chimalpa, San Joaquín, la Hacienda de El Prieto, la Hacienda de Echegaray y el Molino de Sotelo. Además de la producción agrícola, en la hacienda se llegaron a realizar corridas de toros, como la que se aconteció el mes de junio de 1890, con la venia del Ayuntamiento de Naucalpan.
Don Antonio Díaz fue el dueño de esta hacienda por lo menos desde 1866 y hasta la primera década del siglo XX. Era ingeniero titulado y uno de los pocos profesionistas de Naucalpan en 1906.
La exportación de harina fue de gran importancia para el comercio con la ciudad de México, este producto se obtenía de los molinos Prieto y Blanco, que ya venían funcionando como tales desde la época novohispana. Su producción harinera la hacían a través de maquila, es decir, recibían el trigo solo para su molienda. El tercer molino en importancia fue el de Atoto, y tanto éste como el Prieto y el Blanco, eran propiedad de Manuel Vidal en 1891.