Por Jaime Orozco Parejas, Cronista Municipal.
Naucalpan de Juárez, “el lugar de las cuatro casas”, parte fundamental de la más prístina esencia del Estado de México; emerge como un mosaico de historia y modernidad. Este es un municipio que guarda en sus calles y monumentos, la esencia de su historia, rica y heterogénea. Desde sus asentamientos prehispánicos, hasta su desarrollo como centro industrial y urbano, Naucalpan refleja una amalgama de tradiciones y modernidad que delinean sus raíces.
El día de hoy nos reunimos para conmemorar un acontecimiento que marcaría en sendero que habríamos de seguir como pueblo libre y soberano; 150 años han trascurrido desde la proclamación del decreto número 30, por parte del Congreso del Supremo Gobierno del Estado de México; mismo que a la postre, marcaría la comunión de nuestro pueblo con uno de los personajes más importantes de la historia nacional; y su vez, el devenir hacia la construcción de la identidad propia.
Recordar la esencia de nuestros primeros pasos como entidad independiente, es de vital importancia; en ellos, se encuentran los pueblos que forjaron nuestra esencia. Las comunidades de San Esteban Huitzilacasco, San Luis Tlatilco, San Juan Totoltepec y San Lorenzo Totolinga, todos de origen otomí, son pilares sobre los cuales se erige el escudo glífico que hoy nos representa a todos los naucalpenses.
Tlatilco, el origen de todo, los primeros en dejar huella, parte inherente de nuestra personalidad; bajo esta tierra, yacen figurillas de cerámica que descubren un pasado glorioso y multifacético, que amalgama la fertilidad, la vida cotidiana y el entorno. Destacando por su notable desarrollo artístico y funerario; sus figuras tanto rituales como utilitarias, hasta el día de hoy asombran por su detalle y expresividad.
San Lorenzo Totolinga, “lugar donde hay guajolotes”. De la mano de su cantera delineada por las hábiles manos de sus habitantes, se labró la fe con la que fueron construidas las pequeñas iglesias de origen franciscano que hasta el día de hoy son veneradas, admiradas y sin duda alguna, parte esencial de la vida de los pueblos.
San Esteban Hutzilacasco, “entre cañas espinosas. La vocación de trabajo de este pueblo va más allá de las dificultades que evoca su nombre, es en este lugar don surgieron los grandes molinos harineros, fundamentales para el crecimiento comercial y económico en la ciudad de México y la Villa de Juárez.
San Juan Totoltepec, “lugar de aves”. Pueblo histórico, que desmitifica uno de los episodios más emblemáticos de la historia nacional, “El árbol de la noche triste”, evento que demuestra la resistencia y templanza del pueblo mexicano, que como lo mencionan los textos escritos por los cronistas de la época, acaeció en el cerro de Otoncalpulco y cuyo ahuehuete se erige imponente hasta nuestros días.
A la llegada de los españoles, el culto a la Virgen de los Remedios emergió como una de las manifestaciones religiosas más importantes y queridas de Naucalpan; la majestuosidad de su basílica surge como un testimonio de fe e identidad. La virgen, venerada desde la conquista, representa un faro espiritual que ha guiado a generaciones, fusionando las creencias indígenas con el fervor catolicismo.
Durante la época colonial, las haciendas fueron epicentros de la vida económica y social. Entre las más destacadas se encuentran la de San José de los Leones y la de Echegaray, éstas, narran la historia del día a día de la economía colonial, donde la agricultura y la ganadería eran el sustento principal.
A la postre, con la llegada de la modernidad, vería la luz una escultura que con el paso del tiempo se convertiría en uno de los iconos más emblemáticos de Naucalpan. Las Torres de Satélite, diseñadas por el arquitecto Luis Barragán, en colaboración con el escultor Matías Goeritz. Estas estructuras se erigen como un faro entre la densa urbanidad, siendo punto de referencia y dando un sutil toque artístico al ajetreo del día a día. En armonía con el desarrollo y la modernidad, la industria de Naucalpan ha sido el motor para su crecimiento y transformación. Naucalpan se ha consolidado como uno de los principales centros industriales del Estado de México. La instalación de numerosas fábricas generó empleo, dinamizando la economía local y con ello, atrajo a trabajadores y familias de diversas regiones del país, creando un crisol de identidades y culturas, que con sus propias manos construyeron lo que hoy entendemos por Naucalpan.
Nuestro nombre fusiona la historia nacional, ya que conjuga elementos indispensables para entender nuestra historia, remontándonos a su origen y las gestas patrióticas que moldearon nuestra nación. Naucalpan de Juárez, concebida por los frailes franciscanos como San Bartolomé Naucalpan durante el siglo XVI y en lo subsecuente tras la muerte del Presidente Juárez, el 18 de julio de 1872 tomaría el nombre de Villa de Juárez. Bajo el fatídico acontecimiento, los homenajes al presidente no se hicieron esperar; el gobierno del Estado ordenó en octubre del mismo año, colocar su retrato en un lugar preferente de los salones del congreso y del gobierno, así como en todas las oficinas públicas del estado y en las salas de cabildos de todos los ayuntamientos. Por supuesto, en consonancia con estos homenajes, el pueblo de Naucalpan solicitó recibir el honroso nombre del presidente al gobierno estatal, con ocasión de su ascenso a la categoría de villa. Su deseo fue atendido, por lo que el 3 de septiembre de 1874 se publicó el decreto número 30 en Gaceta de Gobierno del Estado de México, con el cual, el pueblo de San Bartolo Naucalpan fue elevado de rango, bajo el nombre de Villa de Juárez.
Naucalpan de Juárez no es solo un lugar en el mapa, es un símbolo de historia, esfuerzo y unidad. A lo largo de 150 años, hemos construido una comunidad vibrante, donde la diversidad y la tradición se entrelazan para formar un futuro prometedor. El trabajo de los naucalpenses construyó con sus propias manos esta tierra, honrando nuestro pasado y avanzando con determinación, hacia los desafíos que están por venir.